sábado, 29 de enero de 2011

Los pueblos dormidos están despertando

No importa en cual punto del globo terráqueo se encuentren. Independientemente, de la condición social, económica y cultural, los pueblos están pidiendo cambios y se han casando de las injusticias sociales, de la desigualdad, de la violación de los derechos humanos y de la insaciable e inmensa sed de poder de aquellos “líderes” políticos insensibles que no cumplen con las expectativas, necesidades, rol y con la misión que se les ha encomendado.
Túnez y Egipto son los ejemplos más recientes y han llamado la atención del planeta. Los hombres y mujeres, de todas las edades y generaciones, pelean hoy por su futuro. Dicen que no temen morir, se han lanzado a las calles a protestar y han conformado revueltas ciudadanas. Aseguran que ya están muertos y sólo buscan revivir. El mundo da seguimiento y se tiene el temor por el efecto contagio al resto de los pueblos árabes.

El pueblo tiene la habilidad y el poder de generar cambios y se ha dado cuenta. Ha despertado. Se está cansando de tanta concentración de poder, de la gente que quiere controlarlo todo de manera indefinida. Quiere gobiernos más democráticos.
Es justo que los pueblos respondan enérgicamente a las medidas económicas y políticas que les oprimen y que les mantienen en un estancamiento que les empobrece más y que sólo enriquece a algunos pocos, que dan asco con su opulencia y que se engullan sin pudor los bienes, que por ley, nos pertenecen a todos.
Los ciudadanos debemos continuar organizándonos, empoderándonos e ir construyendo y conformando movimientos de verdad, a favor de la libertad, de la paz, de la democracia, en contra de la pobreza, por una sociedad más justa y equitativa.

jueves, 27 de enero de 2011

Museo de Trujillo

La historia misma habla. Su atroz genocidio, su represión, su sultanismo que no le permitió atarse a norma alguna, ni siquiera a las propias, y su pobre estructura mental que quedó evidenciada en los cultos rendidos a su personalidad.

No hay espacio suficiente para citar las atrocidades del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, hombre de manos duras y férreas, de juegos rudos y pesados, capaz de emplear cualquier grado de fuerza para ejercer su voluntad personal, para imponerse sobre los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial y disponer del Tesoro Público sin la autorización previa del pueblo.


Aun así, su tiranía, considerada como una de las más sangrientas del siglo 20, permanecerá latente por siempre en las reminiscencias de los dominicanos y en las narraciones que tienen como objeto de estudio el pasado.

Por sus inmensos agujeros negros, acumulados en la obscuridad y registrados en los libros históricos, algunos de los cuales también citan “la restauración del orden público y el progreso económico del país”; un museo de la era permitiría a criollos y extranjeros, y en especial al estudiantado, obtener una perspectiva histórica y didáctica del déspota y su crudo régimen, más allá de los que le amaron y odiaron.

El Museo Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay permite a sus visitantes ver pertenencias del exdictador suramericano, desde sus tiempos de estudiante hasta sus últimos días de existencia.
Los chilenos pueden palpar los uniformes, medallas, escritorios y hasta una colección de soldaditos que pertenecieron al fallecido Augusto Pinochet, mientras que los rusos pueden observar los objetos expuestos en el museo de Stalin en Gori.
¿Despertaría el ímpetu de estudio de alumnos y la curiosidad de turistas, conocer más de cerca los manuscritos originales firmados por el indolente Trujillo, sus utensilios de tortura y otras de sus adquisiciones?.
Tocar y visualizar no son acepciones de simpatía. El conocimiento total y palpable de la historia no implica su transmisión, no es rendición de culto ni distorsión de hechos.
La democracia no es un discurso, es una práctica y por ello los antitrujillistas no deben actuar con los mismos dejos de intolerancia que el dictador. El que deba pagar por los crímenes pendientes que pague.
Por esfuerzo que se haga, la historia no se puede borrar, el horror ni los hechos que permitieron crear las bases del capitalismo moderno en República Dominicana, y el museo debe servir para que las generaciones futuras y presentes vean con crudeza lo que ocurrió para que no se vuelva a repetir.

miércoles, 12 de enero de 2011

Elogio a la prensa

Por Manuel Nuñez

En los últimos tiempos, a pesar de que vivimos en un régimen democrático, las opiniones han padecido un apandillamiento político extremadamente peligroso para la supervivencia de la Prensa.

Como si viviéramos en una democracia secuestrada por el peso muerto de algunas personalidades, hemos presenciado delante de nuestros ojos que una buena porción de aquellos que desempeñan el papel de periodistas, se han transformado en relacionistas públicos de funcionarios y de hombres de poder.

Cuando los periodistas están en la nómina de los Ministerios o de los funcionarios, dimiten del sagrado deber de informar; ponen su función al servicio de la mentira, de las intrigas, de la ocultación de la información y de la propaganda. Esas realidades la vemos reproducirse a diario, y constituyen un ultraje y una vergüenza para nuestra Prensa.

Tenemos sobradas pruebas dadas por individuos nauseabundos que obran como asesinos de reputaciones, calumnian; vierten denuestos; insultan; echan al ruedo rumores mentirosos; se han dedicado a desinformar, y a ensalzar a aquellos que los han colmado de prebendas. En nuestra Prensa, el ejercicio de la prostitución de la verdad se ha convertido en una amenaza mayor que el advenimiento de una dictadura totalitaria. De donde resulta que sin que se haya suprimido la libertad de expresión del pensamiento, sin amordazar a las personas, son los propios servidores de la información los que aplican los procedimientos de censura y se han convertido en sepultureros de la Prensa.

En la batalla por la verdad hemos tenido muchas bajas. Algunos programas radiales se asemejan al deleznable foro público, de tristísima recordación durante la Era de Trujillo. Todos los días, numerosos ciudadanos son difamados, injuriados, sometidos a la humillación de las horcas caudinas por individuos, metidos en una cabina de radio. Por fortuna, unos escasísimos sometimientos judiciales, les han recordado a unos cuantos, las fronteras de la decencia. Pero, en líneas generales, estos comportamientos se mantienen viento en popa.

El código deontológico del periodista ha sido quebrantado copiosamente. Vivimos una enorme crisis moral de no saber quiénes somos ni adónde vamos ni de dónde venimos. La Justicia no funciona; la educación no fabrica al dominicano del porvenir; la democracia perece, secuestrada, en manos de los partidos. Vivimos en una época de sombrío retroceso. Y, sin embargo, nos place constatar que la Prensa ha sobrevivido. Que no ha sido completamente seducida ni por el poder ni por los intereses ni por el dinero. Que hay fuerzas morales, encarnadas en el periodismo de investigación, en comentaristas de televisión y de radio, y en unos pocos articulistas que nos dicen, continuamente, que no hemos sucumbido totalmente. Ellos han salvado el honor de la Prensa. Han pagado un alto precio por cosas que no tienen precio. Nos han recordado que la Prensa debe ser un contrapoder indispensable para que funcione la democracia. Un contrapoder que denuncie, que censure las extravagancias, los atropellos, los excesos del poder vengan de donde vengan. El divorcio entre la Prensa y la sociedad es contrario a la democracia.

Cuando la Prensa se ha unido a los intereses de su país, tal como acaeció en la campaña contra la instalación de una fábrica de cemento en el Parque de Los Haitises; como ha acontecido en la cruzada que demanda el 4% del PIB para la educación y, grande honor para los periodistas, en la iniciativa por la defensa de la lengua española, suprimida de los textos integrados, la prensa halla, entonces, la misión olvidada. Sin ella, los atropellos, las arbitrariedades no tendrían siquiera la sanción moral; no tendríamos memoria de los abusos; el ejercicio del criterio quedaría eclipsado y la ciudadanía quedaría indefensa.

Aun cuando la mayoría de sus denuncias de corrupción, de infracciones al Estado de derecho y a la Ley suelen quedar impunes, que los escándalos han caído en oídos sordos, que ya nada nos sorprende ni nos conmueve, en un mundo donde impera el cinismo, la pasión y la extravagancia; los dominicanos del porvenir podrán saciar la sed de justicia y de rectitud en las hemerotecas, en las redes sociales, en la INTERNET en donde ya se hallará expuesta, como en un friso antiguo, la historia del presente dada a la estampa por unos cuantos periodistas.