Por María Cristina Rodríguez
Publicado en el Listín Diario
17/09/2012
La
mano de obra barata en las minas de Sudáfrica, el mayor productor de oro
y platino del mundo, y la cuarta industria más grande del planeta, representa
un gran negocio centenario.
En las colinas sudafricanas descansa una
historia de muertes y enfrentamientos, como la aberrante masacre de 34 mineros
acribillados semanas atrás “en defensa propia” por la policía en la ciudad de
Marikana en una mina de la compañía británica Lonmin.
Cansados de esperar un aumento salarial, los obreros se sublevaron contra sus líderes sindicales, que deslealmente representan a los dueños de la mina y el gobierno. Sus esperanzas de mejores condiciones laborales cada día se alejan, porque la avaricia y los acuerdos tras bastidores aplastan hasta la psiquis a la justicia social y los intereses del pueblo.
La tragedia en la mina de Lomni conmovió hasta
al diablo. Los tiros traspasaron las espaldas y pechos de los obreros que
llevaban en sus manos armas blancas pidiendo reivindicaciones salariales,
rompieron la frente de uno y la sangre corría como río revuelto por la boca de
los muertos y de algunos de los 78 heridos de gravedad.
El gran Nelson Mandela, frente al Congreso
Nacional Africano, derrotó al más repugnante sistema de segregación racial que
ha conocido el mundo, el Apartheid. Tomaron el poder y ahora usan las leyes del
Apartheid contra las demandas legítimas de los trabajadores.
Las víctimas de la masacre fueron
halladas culpables. Le imputaron las muertes a los sobrevivientes bajo el
alegato de que ellos "provocaron" a la policía que disparó en
"defensa propia". Esa misma ley se usó para justificar las masacres
contra quienes demandaban el fin del Apartheid. Entonces los agentes que
encubren los entresijos del crimen, como sapos inmundos que se juntan y
aparean, quedan libres de cargos.
Por suerte, los vómitos de repudio a la
masacre y la respuesta oficial, trascendieron la tierra, casi embarran la luna,
forzando un retroceso a la decisión en favor de los dueños de Lomni. Ellos fueron premiados con la misma canasta
de huevos de oro que la Barrick Gold en República Dominicana. La Barrick Gold,
como Lomni, se traga todos los beneficios, como si fuera un chupacabras
insaciable que se come la carne y deja los huesos secos.
El saqueo de las riquezas en Sudáfrica
ha generado una deuda social más inmensa que el globo terráqueo; ahí mismo, en
la tierra del Madiba, un título de nobleza tradicional otorgado a Mandela.
Pese a su legado y a que el país intenta
abrir los ojos ante un nuevo despertar tratando de borrar los dolorosos
recuerdos del Apartheid, el uso y abuso del poder están más vivos que nunca y
desgraciadamente ubican a ese país entre los primeros 10 más desiguales del
mundo pese a tener una de las economías más potentes del continente africano.
Las condiciones de trabajo infrahumanas y
deplorables en sus minas son ancestrales; se producen abusivamente desde que
los colonizadores comenzaron a saquear sus riquezas siglos atrás, mucho antes
de la Segunda Guerra Bóer de 1899, cuando británicos y holandeses se pelearon
por robarse los yacimientos de oro y diamantes.
Los saqueadores camuflados de inversionistas absorben el diamante, el
oro, el platino y otros metales
preciosos como becerros famélicos pegados de la ubre de la vaca y pagan con
salarios de miserias que provocan náuseas a la humanidad sensible.
Es hora de poner un alto a la repartición desequilibrada de las riquezas
que nos pertenecen a todos. El latrocinio tanto en Lomni como en la Barrick
Gold Dominicana tiene que terminar ya. Como dijo el mentiroso de Yago en Otelo:
“señores socorro, basta, por decencia”.