Por María Cristina Rodríguez
Listín Diario 21/07/2012
Los
gritos eran tan desgarradores que conmovían el alma más endemoniada; salieron
del corazón de Centroamérica y se escucharon en el planeta completo. Quedó el
profundo silencio de 355 personas reducidas a cenizas en la cárcel de
Comayagua, Honduras, el Día de San Valentín de este año. Ocurrió primero en
Higüey en el 2005. Ahí las llamas consumieron 135 reclusos.
Según la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, en la última década, los incendios
carcelarios mataron más de1,200 hombres
y mujeres. Muchos ya habían cumplido condenas, pero sus casos pululaban en el
aire como vicho perezoso, y los expedientes andaban extraviados y en un limbo
jurídico; una muestra de la fragilidad institucional regional. Nuestra
Centroamérica, ístmica e insular comparte la desgracia social de sus cárceles;
otra debilidad del Estado de derecho. Seguir leyendo...
Las penitenciarías en
la región representan un maldito depresivo infierno terrenal más ardiente que
el desierto de El Azizia donde los diablos se mezclan con los ángeles. Allí los
ratones parecen animales fantásticos y una furiosa carrera armamentista,
portadora de la muerte como una manifestación de poder sobrenatural, cohabitan
en una jaula humana manchada de linaje traidor.
Nuestros gobiernos
violan los derechos de los que estamos libres pagando impuestos, ¿qué les queda
a los mansos y cimarrones que cayeron en el agujero negro legal de este
infernal sistema penitenciario medieval?.
Hay 993 mil presos en
Latinoamérica, dice la OEA. Más de 175 mil están en cárceles salvadoreñas,
guatemaltecas, haitianas, hondureñas, dominicanas, panameñas, nicas, ticas, y
beliceñas. Estiman que un 50% de ellos
lleva años esperando una resolución judicial. Algunos, como Ruperto Padilla, de
50 años, quien nunca le vio la cara a un juez, ya había agotado su condena,
pero murió quemado en Comayagua.
Los reos viven
apretujados como sardinas en latas por un déficit explosivo de más de 110 mil
espacios. Tenemos “almacenados” a 175.000 seres humanos en sitios diseñados
para 65.000. Hoy necesitamos un 24% más
espacio que diez años atrás.
“Algo nos está pasando”, como diría Silvio
Rodríguez, porque mientras requerimos cárceles en Centroamérica, en Holanda
cerraron ocho prisiones este año, por falta de criminales. En El Salvador hay
25.742 reclusos en 19 cárceles con una capacidad para 8.100. La superpoblación
supera el 317%.
En CA tenemos más
presos que habitantes en Aruba, St. Marteen, St. Thomas, Santa Lucía, Samoa y
Granada para citar algunos lugares.
Las recurrentes
violaciones a los derechos humanos, insalubridad, suicidios, corrupción,
trabajos forzados, el déficit de custodias y la carencia de servicios básicos
son alarmantes; puro primitivismo que grita a viva voz que el istmo está en
coma y languidece.
Muy lejos de nuestra
dantesca realidad, las autoridades hablan de sus “nuevos modelos
penitenciarios”, haciéndonos creer, como
los blancos a los indios, en la divinidad de los conquistadores. Tenemos más de
175 mil padres y madres, hijos e hijas, maridos y mujeres, hermanos y hermanas,
tíos, tías, sobrinos y sobrinas, vecinos y vecinas prisioneros del olvido.
Sobreviven apiñados en cárceles que son más bien centros de degradación humana.
Urge un aparato
penitenciario reformulado en la realidad. Los cambios deben sentirse detrás de
las rejas, no sólo en los escaparates mediáticos. Nuestros presos deben ser
liberados de la indiferencia oficial. ¡No más castigo que el que mandan las
leyes!.
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