lunes, 3 de mayo de 2010

Los antivalores ya no tienen límites

La descomposición social ha llegado a un grado repugnante. Los antivalores ganan espacio en una sociedad permisiva que teme rechazar comportamientos antiéticos e inmorales de grupos que buscan imponer, de manera subliminal y bajo chantaje, su anormal conducta. Seguir leyendo...

No es cierto que en la guerra y el “amor” todo se vale. Es asqueante conocer la noticia de que “la abuela de 72 años espera un bebé de su nieto de 26. Ambos se aman”. “Una mujer sostiene relaciones sexuales con su hijo de ocho años”. “Un cura ha violado decenas de niños”. “Adolescente embarazada de su padre por segunda ocasión. Otra hermana también tuvo hijo con él”. “Pareja de homosexuales procrea niños”.

Estos hechos enfermizos deben ser repudiados enérgicamente por nuestra sociedad. No es un asunto de jugar a la doble moral y de “vivir la vida a mi manera”. No es atropellar y confundir la libertad con libertinaje ni la homofobia con los excesos imprudentes y desenfrenados.


Simplemente, no podemos permitir que como ciudadanos se nos fugue la capacidad de asombro. Alguien debe poner un límite.

¿Música urbana?

Por Rafael Rasuk
La etiquetada “música urbana” que se escucha hoy está sobrecargada de frases de ostensible ‘doble sentido’, de expresiones vulgares. Es de cuestionada pobre calidad literaria, si puede llamarse así; carece de magia interpretativa. Seguir leyendo...


El fenómeno se ha ido expandiendo y es asumido como una expresión de la realidad marginal, como el grito de aquellos que procuran con ansias salir de una condición que limita sus posibilidades de ascenso social.

Me refiero a lo que se ha dado en llamar ‘música urbana’ o ‘de calle’, esa que busca imponerse sin las grandes pretensiones de géneros que ya tienen espacio y credibilidad en el gusto de la gente.

Podrá argüirse que es una manifestación popular, genuina inspiración de un núcleo determinado de la sociedad dominicana. Y hasta podrá decirse que es la representación de aquellos que viven de la esperanza.

Pienso, por el contrario, que estamos enviando señales equivocadas a una población que se ha caracterizado por adherirse con gran facilidad a modas foráneas.

La música es universal; los géneros musicales no están reservados al disfrute de una clase, de una élite o una comunidad previamente escogida, aunque algunas variantes han sido creadas con el preciso objetivo de resaltar costumbres o tradiciones. Verbigracia, en ciertas tribús.

La etiquetada “música urbana” que se escucha hoy está sobrecargada de frases de ostensible ‘doble sentido’, de expresiones vulgares. Es de cuestionada pobre calidad literaria, si puede llamarse así; carece de magia interpretativa.

¿Debe limitarse su difusión? No lo planteo.

Por su efímera vigencia, la asumo como una fiebre de una juventud que procura escalar otros peldaños que el sistema educativo obstaculiza.

El estudio del fenómeno podrá conducir a psicólogos, antropólogos, sociólogos y costumbristas, entre otros, a una clara interpretación y definición.

¿Podría la Fundación Global auspiciar tan interesante investigación? Lo sugiero desde aquí.