jueves, 27 de enero de 2011

Museo de Trujillo

La historia misma habla. Su atroz genocidio, su represión, su sultanismo que no le permitió atarse a norma alguna, ni siquiera a las propias, y su pobre estructura mental que quedó evidenciada en los cultos rendidos a su personalidad.

No hay espacio suficiente para citar las atrocidades del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, hombre de manos duras y férreas, de juegos rudos y pesados, capaz de emplear cualquier grado de fuerza para ejercer su voluntad personal, para imponerse sobre los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial y disponer del Tesoro Público sin la autorización previa del pueblo.


Aun así, su tiranía, considerada como una de las más sangrientas del siglo 20, permanecerá latente por siempre en las reminiscencias de los dominicanos y en las narraciones que tienen como objeto de estudio el pasado.

Por sus inmensos agujeros negros, acumulados en la obscuridad y registrados en los libros históricos, algunos de los cuales también citan “la restauración del orden público y el progreso económico del país”; un museo de la era permitiría a criollos y extranjeros, y en especial al estudiantado, obtener una perspectiva histórica y didáctica del déspota y su crudo régimen, más allá de los que le amaron y odiaron.

El Museo Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay permite a sus visitantes ver pertenencias del exdictador suramericano, desde sus tiempos de estudiante hasta sus últimos días de existencia.
Los chilenos pueden palpar los uniformes, medallas, escritorios y hasta una colección de soldaditos que pertenecieron al fallecido Augusto Pinochet, mientras que los rusos pueden observar los objetos expuestos en el museo de Stalin en Gori.
¿Despertaría el ímpetu de estudio de alumnos y la curiosidad de turistas, conocer más de cerca los manuscritos originales firmados por el indolente Trujillo, sus utensilios de tortura y otras de sus adquisiciones?.
Tocar y visualizar no son acepciones de simpatía. El conocimiento total y palpable de la historia no implica su transmisión, no es rendición de culto ni distorsión de hechos.
La democracia no es un discurso, es una práctica y por ello los antitrujillistas no deben actuar con los mismos dejos de intolerancia que el dictador. El que deba pagar por los crímenes pendientes que pague.
Por esfuerzo que se haga, la historia no se puede borrar, el horror ni los hechos que permitieron crear las bases del capitalismo moderno en República Dominicana, y el museo debe servir para que las generaciones futuras y presentes vean con crudeza lo que ocurrió para que no se vuelva a repetir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bien dicho,lastima que los secuases del tirano escaparon castigo aqui en la tierra pero no delante del DIOS Todopoderoso. De paso el Dr. Balager necesita uno pos sus 12 anos.