martes, 2 de junio de 2009

¡Cuánta frustración!

Por Manolo Pichardo

El apagón es para los dominicanos lo que es el tango para los argentinos, el champaña para los franceses, Fidel para los cubanos, Shakespeare para los británicos, Machu Picchu para los peruanos; en fin, un elemento importante de nuestra cultura. Con él hemos vivido desde que Balaguer arrabalizó el país democratizando el desorden, siendo permisivo en extremo para no lastimar a los electores que le podían garantizar su permanencia frente al Ejecutivo. Seguir leyendo...

Yo, que sólo he visto suministro de energía permanente fuera de nuestra isla, no pensé en mis años de adolescente que llegaríamos al siglo XXI presenciando los aplausos que arranca en los barrios del país “la llegada de la luz eléctrica”. El apagón duerme con nosotros, despierta con nosotros; maltrata el bolsillo familiar, la bolsa empresarial; nos pone en desventaja frente a economías que son nuestra competencia porque además de escasa, es exagerada mente cara.

Cuando la Corporación de Empresas Eléctricas Estatales (CDEEE) anunció junto a las distribuidoras un plan de suministro de energía 24 horas los 7 días de la semana para los sectores que honraran sus compromisos de pago, sentí que avanzaríamos hacia la eliminación definitiva de las interrupciones y las altas tarifas. Fui, por vivir entre vecinos que decidieron pagar a la distribuidora, de los dominicanos que tuvo el privilegio de contar con suministro continuo por cerca de dos años. ¡La pesadilla había terminado!

Ah, pero como en este Macondo enclavado en la era del conocimiento y las tecnologías de la comunicación y la información, lo único sostenible es el caos, la improvisación y la corrupción pública y privada, el “Plan” se derrumbó. Cerca de dos años viví como en un país del tercer mundo alumbrado, disfrutando de luz permanente y enfrentado al caos en las calles llenas de voladoras, conchos y policías y militares desafiando las leyes ante la mirada cómplice de los agentes de AMET. ¡Cuánta frustración!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Diablo, que joya!